Al acercarse el amanecer, y mientras me alejaba a mi vieja morada prometí a la noche siguiente cenar sin distracciones.
Aquella segunda noche y decidido a cenar, me acerque a la cama de Daniel, ahí está el, con aquellos mismos ojos que brillaban.
-Sombra, mira mi nuevo juguete, ¿quieres jugar conmigo otra vez? Le platique a mamá de ti, dice que puedo jugar con amigos imaginarios solo por la tarde, que en las noches debo dormir, pero no quiero. Entonces, ¿jugamos?-
-Daniel, debes obedecer a tu madre y no jugar por las noches. Mejor cierra tus ojos para que pueda devorarte.- Mientras acercaba mis largos brazos a su pequeño cuerpo, podía ver su cara de temor al ver mis grandes colmillos.
Los niños son curiosos, se quedan paralizados al verme y gritan cuando es demasiado tarde.
Sin embargo, ocurrió todo lo contrario con Daniel, comenzó a gritar y a retorcerse sin siquiera haberlo tocado. Observo en sus ojos agonía, de su garganta surgen temibles gritos de dolor, como si estuviera sometido a una terrible tortura medieval. Sus gritos son ensordecedores, no puedo pensar con claridad, me acerco para verle detenidamente, expide un olor de putrefacción, recorre mis fosas nasales como neblina sobre un campo abierto, intento cubrirme, el olor es penetrante, inunda mi cabeza, no puedo controlarme.
De repente, las luces del pasillo se encienden, y a su madre entrar rápidamente a la habitación.